EL PAISAJE DE MIS MONTAÑAS
Cuando visita uno estas montañas, en los valles es donde la vegetación
es más fecunda y el agua de las fuentes y arroyos le hace ser el alma del
paisaje, formándose los bosques con robles, hayas, acebos, avellanos… entre
otros, en algunos casos se hacen tan tupidos que son impenetrables. De todos
los arboles de la montaña, el que es mi preferido es el acebo, que cuya tala está
rigurosamente prohibido, lo considero muy nuestro y me recuerda a Pardomino
donde hay muchos, la última vez que subí a la Cachana (ya hace tiempo) los había
a la orilla del camino y brotando pequeñitos a su alrededor, sus bayas rojas
son la comida del urogallo en invierno, también de estos hay pocos.
Los montes están tupidos de piornos, escobas, madreselvas,
zarzamoras, rosales silvestres, majuetos, y muchas herbáceas, que más abajo dan paso a
las praderas y pastizales, con gran variedad de hierba que será segada para
alimento de los animales en invierno.
De la flora menuda ya ni lo cuento porque es tan extensa que necesitaría
un manual de botánica.
Hacia arriba la tierra es pobre y con rocas, y en ella se
aferran como pueden otra variedad de plantas, entre ellas arándano y brecinas
menudeando cuando esta cerca la roca desnuda que desaparecen, esta es la
antesala de las peñas altas y encrespadas, que tienen ese color blanco agrisado
como la ceniza de la leña.
Los veranos aquí es un privilegio, es una primavera permanente,
siempre con flores, las praderas verdes, la vegetación frondosa, y un murmullo
de gente que atiende las labores del campo, animales que pacen, y pájaros que
cantan y van de un lado para otro, dando movimiento y vida al paisaje.
En el otoño en la
montaña se convierte en un espectáculo para la vista, con sus colores tostados,
amarillos, anaranjados, y el verde de los arboles de hoja perenne, estos son
los únicos que parece que quedan con vida durante el invierno, y por encima de
esta paleta de color el gris de las montañas.
Pero cuando el invierno se presenta, lo hace sin titubear cubriendo
de blanco las peñas de una copiosa nevada, es el primer aviso que no tardando
la nieve cubrirá los bosque y praderas y finalmente las calles y las casas de
los pueblos, llegando la época del frio, del descanso forzado, de los días monótonos
y noches largas, y silenciosas, que solo se oye de vez en cuando el ladrido de algún
perro. Así es como yo lo recuerdo, pero ahora no es así, las nevadas son más
pequeñas y espaciosas y la gente se distrae yendo a los bares o viendo lo televisión
en su casa y están comunicados en todo momento no impidiéndoles usar su coche,
los medios de comunicación son muy buenos, tienen teléfono, ordenador, y todas
las comodidades que tenemos en la capital.
Pero no quiero olvidar que se perdió el encanto de los
hilorios en estas noches largas de invierno, el contacto y la comunicación con
los vecinos los cuentos y las historias que en ellos se contaban, las viandas
que se compartían, y los juegos de cartas, mientras las mujeres hilaban y tejían.
Es algo de tantas cosas que se perdió con el progreso.
La montaña as muy generosa con sus habitantes, les
proporciona, piedra para edificar sus casas, madera de sus bosques para formar
los tejados de estas, y leña para el fuego haciendo estas agradables contra el
frio, hoja y hierba para sus animales, tierra fértil para labrarla, caza y pesca
cuando lo permiten y a quien le guste, y sobretodo disfrutar de la magnífica naturaleza.
Así es como yo lo tengo en mi memoria.
Marysol García